En un rincón olvidado del universo, había un pequeño planeta cubierto de faros. Estos no eran faros comunes, sino faros de estrellas. Su propósito era recoger y guiar a las estrellas que se sentían perdidas y sin brillo en el infinito del espacio.
Lira, con su mirada profunda y sabia, era la guardiana del faro más antiguo del planeta. Este bello faro, a pesar de su majestuosidad, presentaba grietas en su cuerpo y signos evidentes de desgaste por el paso del tiempo. Su luz, que en tiempos pasados iluminaba vastas extensiones del infinito cosmos, ahora titilaba con una débil esperanza. Lira, al cuidar ese faro, sentía una profunda conexión con él; porque al igual que esa torre de luz, ella también había experimentado el desgaste del tiempo y sentía que había perdido una parte de su luz interior.
Un día, mientras Lira contemplaba el vasto universo desde la cima del faro, notó una tenue luz acercándose. Era Anto, una estrella pequeña y temblorosa que, aunque joven, parecía haber enfrentado muchas adversidades en su corta vida. Las tormentas estelares habían dejado huellas en ella, y las sombras que habían amenazado su esencia la habían llevado a perder parte de su brillo.
¿Por qué has venido aquí, pequeña Anto? – preguntó Lira, con voz suave pero firme.
Estoy perdida y mi luz ya no brilla. Me siento triste y sin rumbo.
He oído que este lugar ayuda a las estrellas a encontrar su camino y recuperar su brillo – respondió Anto, su voz temblaba, mezcla de miedo y esperanza, mientras dibujaba una ligera sonrisa en su carita.
Lira la miró con comprensión, con sus ojos reflejando un brillo que reflejaba algo especial y dijo: – No estás sola. Yo también siento que mi luz se ha apagado. Pero quizás, juntas, podamos encontrar el camino de regreso.
Así, Lira y Anto comenzaron a cuidarse mutuamente. Se contaban historias que dejaban volar su imaginación y poco a poco traían colores a sus vidas, se daban ánimo y buscaban juntas la manera de iluminar nuevamente sus caminos. Cada noche, Lira encendía el faro y Anto brillaba un poco más fuerte.
Con el tiempo, Anto aprendió que su luz no dependía de las tormentas o sombras externas, sino de su capacidad de enfrentar y superar sus propios miedos internos. Lira, por su parte, redescubrió que, a pesar de los años y las adversidades, su luz seguía viva en su interior, esperando a ser liberada y brillar con más fuerza.
Una noche cualquiera, mientras ambas observaban el cielo estrellado, Anto empezó a brillar más, y más y de repente sonrió y brilló con tanta intensidad que iluminó todo el planeta. Lira, emocionada, encendió su faro y, para su sorpresa, su luz se fusionó con la de Anto, creando un resplandor que se proyectó por gran parte del universo y atrajo a muchas otras estrellas perdidas.
Más y más estrellas comenzaron a llegar al faro, buscando guía y consuelo. Y, a medida que compartían sus historias, las piedras en sus caminos, y se apoyaban mutuamente, todas recuperaban su brillo. El planeta se llenó de hermosas luces brillantes, y el faro de Lira se convirtió en un símbolo de esperanza para todas las estrellas del universo.
Lira y Anto, con sus corazones llenos de gratitud y una esperanza renovada, descubrieron una verdad fundamental: al enfrentar juntas las dificultades del universo, habían redescubierto la brillantez y la luz que pensaban haber perdido. Cada vez que extendían una mano a otra estrella perdida, guiándola y ofreciéndole consuelo y amistad, la luz dentro de ambas se hacía más brillante, y resplandecía con un vigor y esplendor que no conocían antes. Con cada nueva estrella que ayudaban, su propia luz iluminaba aún más.
Y así, en ese pequeño rincón del universo, un antiguo faro y una joven y vulnerable estrella demostraron que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay esperanza y que, con amor y apoyo, todos podemos encontrar nuestro camino a la luz. A un mejor mañana.
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