En un bosque lleno de colores y sonidos de la naturaleza, vivía Izuki, un pequeño zorro amarillo. Izuki no era un zorro cualquiera, él tenía un don especial: era un virtuoso del violín. Pero, contrastando con esta habilidad, una sombra de ansiedad lo acompañaba siempre, impidiéndole compartir la bella música que existía en su alma. Cada vez que intentaba tocar ante otros, su corazón se aceleraba, sus patitas temblaban, y las melodías se desvanecían en el aire.
Los habitantes del bosque habían oído rumores sobre la dulce música de Izuki, pero solo unos pocos habían tenido el placer de escucharla alguna vez. Aunque el bosque estaba siempre lleno de vida y sonidos, el violín de Izuki permanecía, la mayor parte del tiempo, en completo silencio.
Un día, mientras Izuki practicaba silenciosamente, y en secreto cerca de un arroyo, una hermosa mariposa azul aterrizó suavemente en su violín. Era Melina, una bella mariposa rosada, viajera que había recorrido distantes lugares y conocido a incontables criaturas, siendo cada una de ellas especial y distinta de cualquier otra.
«Tu música es maravillosa, Izuki», le dijo Melina con una voz suave. «¿Por qué tocas casi en silencio y no la compartes con el mundo?»
El conejito, con sus orejas aún más caídas y ojos brillantes, confesó: «Me da miedo. Cuando intento tocar delante de otros, me invade la ansiedad y me es imposible seguir.»
Con una sonrisa amable, Melina le propuso: «Tengo una solución!, Déjame llevarte a un lugar mágico, un rincón donde los temores desaparecen y la música fluye con naturalidad.»
Lleno de curiosidad y nerviosismo, Izuki siguió a Melina hasta un espacio claro iluminado por la suave luz de la luna. En ese tranquilo lugar, Melina le enseñó a respirar con calma, a sentir cada nota y a conectarse con su esencia. Le explicó que la música no se trataba solo de tocar, sino de expresar sus más profundos sentimientos y liberarse de ellos dejándolos volar en forma de notas musicales.
Bajo la guía y dedicación de Melina, Izuki poco a poco fue dejando atrás su ansiedad. Empezó a tocar con los ojos cerrados, sintiendo el suave roce del viento en su pelaje, y permitiendo que su música se deslizara libre de temores. Una noche, armado de valor, Izuki decidió ofrecer un concierto en el corazón del bosque, sobreponiéndose a sus miedos.
Animales de todo tipo, movidos por la curiosidad y la emoción de descubrir los rumores, se congregaron alrededor del pequeño conejo. Cuando Izuki tocó las primeras notas, una magia especial se esparció por el lugar. Como una brisa que congelaba el tiempo. La música, repleta de emociones y sentimientos sinceros, llegó al corazón de cada ser que la escuchaba.
El bosque se llenó de una alegría y esperanza inusitadas. Los animales bailaban, cantaban y festejaban, celebrando que Izuki había roto las cadenas de su ansiedad, liberándose a su mejor versión. Desde aquel momento, el violín de Izuki se convirtió en el alma misma del bosque, un constante recordatorio para todos de la importancia de superar nuestros miedos y compartir nuestros dones con los demás de forma generosa y desinteresada.
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